Chasqui del Inca
En secreto, Kusi subió a bordo
del bote. Buscó a Kuka arriba en los mástiles. No la encontró. La buscó abajo
en la prisión. No la encontró.
Había un prisionero en la prisión. El prisionero gritó: –¡Oye indio!
Kusi se escondió muy rápido.
El prisionero repitió: –¡Oye indio! Tengo hambre. ¡Por favor!
Kusi no comprendió nada. El prisionero hablaba una lengua extraña. Kusi hablaba quechua. Pero Kusi vio que el hombre era miserable. Silenciosamente, le dio un poco de charqui.
–¡Gracias, amigo! –exclamó el prisionero. –No voy a olvidar[1] tu generosidad.
Arriba, un soldado escuchó las voces y llegó corriendo a la prisión.
Kusi se escondió.
–¿Qué pasa aquí? –gritó el soldado. –¿Con quién hablas?
–No pasa nada, amigo. –respondió el prisionero. –Yo hablo con los ratones.
Había muchos hombres en la cubierta. Kusi vio un barril. Decidió esconderse en el barril. Miró a la derecha y a la izquierda y corrió muy rápido al barril y saltó adentro.
–¡Ay! –gritó una voz en el barril.
–¡Huy! –gritó Kusi. –¿Quién es?
–¡Soy yo! –susurró la voz.
–¡Kuka! ¿Qué haces aquí? –preguntó Kusi, con sorpresa.
¡Su hermana se escondía en el mismo barril!
–Estoy contando los hombres y los animales.
–respondió Kuka.
–¿Por qué? –le preguntó Kusi.
–Para informarle al Inca cuántos hay. –respondió Kuka.
–¿Para informarle al Inca? –preguntó Kusi, confuso. –Pero sólo un chasqui puede informarle al Inca.
–¿Y qué? –dijo Kuka.
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